Mónica Naranjo es la
voz de la media España que está enganchada al Lexatín. Mónica Naranjo es la voz
de la España entera de la tele-basura, el telefonito y las ETT. Mónica Naranjo
es la banda sonora de nuestra sociedad de la juerga y el jíjíjí/jájájá. Mónica
Naranjo ha dividido el país en dos bandos: los que estamos de su parte y los
que no se enteran de nada. Mónica Naranjo es el mito español de la era del
Blade Runner y el Mad Max.
Pero la pregunta que da vueltas en el elevado tanto por ciento de cerebros
españoles que ha tenido la suerte de escuchar su estentórea voz es ¿por qué
grita Mónica Naranjo? ¿Por qué pega esos alaridos que taladran el alma de los
hombres de buena fe y los tímpanos de los cínicos?
Nuestra record woman particular de la guerra de los sexos es una chica de
origen andaluz nacida en Cataluña con preciosos ojos verde-azulados, descomunal
desarrollo de su laringe, diafragma, glotis, epiglotis, cuerdas vocales,
pulmones y cualquier otra parte de su anatomía con participación en el proceso
de emisión de la voz. Mónica Naranjo nació también con cantidades extra de
hormonas femeninas. Un equipaje que dada su condición de bebé, en 1974, no le
servía para nada. Por suerte para los amantes del kitsch ibérico, que, al igual
que la fritanga, nos entusiasma cuando nos lo ponen en pequeñas dosis, la mamá
de Mónica tenía bastante buen gusto musical y muchos discos de Mina.
Según unas cuentas muy fáciles de hacer, la señora de Naranjo, que es sevillana
y se llama Patricia, tuvo a Mónica con unos precoces 20 añitos, lo cual, en
1974 y en los inicios de aquel esperpento típicamente carpetovetónico que se
dio en llamar “la apertura”, esta muy requetebién visto. Hoy día, Mónica
considera a su madre como su mejor amiga: “Yo estoy enamorada de mi madre, la
amo, llámalo complejo de Electra o de Edipo, me da igual”. Para los amantes de
los cotilleos superfluos tan de moda en la cultura neoliberal que disfrutamos,
contaremos que su buen amigo y colaborador Abel Arana, de Pumpin’ Dolls, la
considera una señora muy elegante y amable que acompaña a su hija a las
presentaciones llena de orgullo y simpatía.
Hasta aquí, la historia de Mónica Naranjo sigue los cauces normales de la
de cualquier niñita en cualquier hogar: pañales, chupetes, papillas, paperas...
Después, las cosas comienzan a torcerse. Resulta que el padre, un albañil
granadino descrito, más tarde, por su propia hija como “machista idiota e
hipócrita”, tiene cierta debilidad por el alcohol que unido a su natural
violento convierte la vida de la familia en algo peor que una pesadilla.
“Mi madre tuvo que sacar adelante, ella sola, a tres hijos. Yo soy la
mayor. Nos formó con una educación muy singular que es la de ser
autosuficientes y luchar por la libertad. Yo fui educada para ser
independiente, ganarme la vida, trabajar, ser libre. Ella fue educada para
atender al hogar, cambiar pañales a los niños, no salir si no era con el
marido... En fin, esos cambios de cultura enormes”.
La Mónica Naranjo de pelo negro y blanco que vende millones de discos en
España y México y asombra a propios y extraños con su voz descomunal, adopta
una actitud doble respecto a su desgraciada infancia: discreta y sensata,
prefiere, a veces, olvidarlo y, llena de rabia y veneno, da rienda suelta,
otras veces, a su justificado rencor: “Sé lo que es ver maltratar a una mujer y
también sé lo que es salir de casa con miedo”.
Patricia, Mónica y sus dos hermanos menores, Enrique y Raquel, lo pasan
mal y tienen pocas pelas. La niña crece introvertida, encerrada en su
habitación y, como tantos y tantos ídolos y mitos, con un sueño dando vueltas y
revueltas en su cabecita de pelo, entonces, castaño oscuro: triunfar en el
mundo de la canción. Tiene sólo cuatro añitos, pero lo tiene muy claro desde
entonces.
A pesar de los apuros económicos, Patricia le paga unas clases de piano y
solfeo y, además, le regala un magnetofón con un micro que, para la incipiente
diva supone el colmo de la felicidad. Encerrada en su cuarto, micrófono en
mano, imita, muy mico, los gestos y las voces de las deslumbrantes estrellas
disco-pop que la dejan boquiabierta y patidifusa cuando salen en Aplauso y
Tocata. Su infantil cerebrito rebosa de endorfinas ¡y de serotonina! Se graba,
rebobina se escucha, se repite, se vuelve a oír...
Santiago Auserón, tan intelectual y tan sabio como es, también contaba
cómo, encerrado en el cuarto de baño familiar, imitaba ante el espejo los
bailes y monadas de las Karina y Rosalía que veía en Tele-Ritmo y Cantamos
Contigo. Los ídolos también tienen su corazoncito.
Cuando Mónica tenía 12 años, 1986, le presentan a Dalí. Su madre conoce a
una familia que trabaja para él o alguna conexión de este tipo. “No era
consciente del gran personaje que tenía delante de mis narices. La impresión
que me daba entonces es que estaba un poco chalado. Me daba muchos consejos,
pero hay uno que me ha quedado más claro: ‘Déjate llevar por la pasión aunque
te llamen anarquista’, me decía”. Los oyentes de la Mónica del Desátame hemos
podido comprobar en nuestros propios tímpanos como tan sabias enseñanzas fueron
tomadas al pie de la letra.
Pronto comienza a mandar sus casettes a las compañías discográficas. Se
gasta una pasta en sellos. La muy inocente se cree que las cosas funcionan así:
tienes una buena voz, aprendes a cantar y aparecerá un productor forrado de
dólares que te lanzará directa a la fama y la fortuna. Tiempo tendrá de
aprender que las cosas no funcionan así. Entretanto, se pone a trabajar de
dependienta en una tienda de vaqueros. “Nunca he sido una niña pija, he luchado
mucho”.
Parece que empieza una racha de buena suerte. “Un día estaba en una
discoteca haciendo la loquita con unos amigos. Me dieron un micro y me puse a
cantar. Por cosas de la vida, estaba allí uno de los presentadores más
importantes de la televisión española y él me presentó a Cristóbal Sansano. A
raíz de eso empecé a componer y a mandarle todo lo que escribía”. Cristóbal es
un joven productor discográfico, descubridor de Locomía que, sorprendido y
entusiasmado ante semejante fuerza de la naturaleza, es el primero en tomarse
en serio a la muchachita de 15 años que era entonces Mónica Naranjo.
“A los 11 años empecé a tocar el piano. Pero toco sólo mis composiciones,
porque no toco ni a Beethoven, ni a Mozart, ni nada de eso. Lo sé tocar,
pero... ¿Sabes? Tocar un instrumento no es inspiración, es una técnica que se
aprende ensayando un poquito cada día. La inspiración es algo con lo que naces,
no se puede enseñar. Cristóbal me fue enseñando todo, porque la composición
tiene una técnica que también se necesita aprender. Durante dos años, la
única comunicación que tuve con él fue por teléfono, correspondencia y
paquetería. Así fue cómo él me enseñó todo lo que hoy sé del mundo de la música
y la composición”.
Como es muy atrevida y, gracias a los sabios consejos de su mami, rebosa
seguridad en sí misma, decide que el bonito físico que se le ha desarrollado
con la pubertad bien puede servirle de algo y se presenta a un concurso de Miss
Cataluña y va y lo gana. “Lo hice por dinero. De hecho, lo que estaba buscando
era un trabajo, no un título de belleza. Como Miss Cataluña, tuve oportunidad
de entrar en una agencia de modelos para poder trabajar y estudiar”.
Pero la racha de buena suerte no basta para paliar la horrible situación
familiar que vive y, con el mismo temperamento que, más tarde, la hará famosa,
la única solución que se le ocurre es largarse de casa con Cristóbal. Dicho y
hecho: “Tomé una determinación muy adulta, muy madura. Me dije: Soy muy joven,
tengo 17 años, voy a dejar los estudios un año (en esos momentos estaba a punto
de entrar en la universidad para estudiar ginecología), puedo sacrificar un año
de mi vida y puedo retomar el camino. Mi madre, obviamente, estuvo detrás
apoyándome”. Lo que más tarde se convertirá en Leyenda Naranjo va tomando, poco
a poco, forma.
Alguien de una multinacional se toma interés por ella. En El Gran Musical
recibimos la noticia de, a principios de que, a principios de 1992, van a sacar
el disco de una chica estupenda con una voz hasta allá... muy joven... medio
flamenco... medio soul... medio tecno... medio no-sé-qué... muy raro...
indescriptible... Evidentemente, no saben qué hacer con ella y si te he visto
no me acuerdo.
En un rizar el rizo de la falta de visión y cretinez de nuestra querida y
torpe industria del disco carpetovetónica, ni salió ningún disco, ni el nombre
de Mónica Naranjo volvió a sonar en los anales de la promoción discográfica
hasta cuatro años más tarde. Como esta anécdota no ha entrado a formar parte de
la Leyenda Naranjo, hago una pequeña investigación y un amigo, que ha trabajado
en la industria del disco, me ratifica: ... “Sí, la ficharon porque no-sé-qué
vejestorio de la compañía se la quería tirar... Como está tan buena... Pero no
hicieron nada”.
Las pataletas de Mónica contra la industria del disco son legendarias,
pero plenamente justificadas. No hace falta que perdamos muchas líneas
recordando cómo estaba el mercado discográfico en la España de los noventa,
porque de ninguno de los lanzamientos de la industria se acuerda nadie.
Por ejemplo, personalmente, no puedo recordar ni a quién he entrevistado,
ni qué discos me han dado de tan mediocre y aburrido que era todo ¡Y del poco
éxito que tuvieron! La pobre Mónica no se arredra, está hecha del material del
que salen los mitos: como una Edith Piaf cualquiera, pero más guapa y menos
desafinada, tiene que pedir en la calle para salir adelante.
Un segundo acercamiento a la industria da como fruto su misterioso primer
disco. Un disco que, a pesar de publicarse en España y recibir un pequeño empujoncito
de su compañía discográfica en un primer momento, pasó sin pena ni gloria ante
los ojos de los especialistas y los cazatalentos. Mónica tiene su propia
versión de los hechos: “Cuando vi que estos señores, en cuestión de cinco
minutos, iban a destrozar la carrera de una persona, sus sueños y fantasías,
decidí que tenía que elegir: quedarme en España y morirme de asco, o coger las
maletas, largarme y empezar de nuevo. Y me fui. Me fui a México, con la
incertidumbre de que no sabía lo que iba a pasar, pero me invadían la fuerza y
las ganas de salir adelante” ¡Y pensar que por poco nos quedamos sin poder
disfrutar de Mónica Naranjo!
Los mexicanos resulta el público ideal para Mónica y la reciben con los
brazos abiertos. Aún así, tiene que pelearse con la discográfica española su
presentación en una convención de la sucursal mexicana donde, evidentemente,
enloquece a los ejecutivos que la convierten ¡por fin! En objetivo de
promoción. También conquista el corazón de uno de los conglomerados más intrigantes
y poderosos del mundo del espectáculo planetario, el lobby Televisa/Siempre en
Domingo/Galavisión, monopolio de la música popular latinoamericana que la apoya
desesperadamente.
Mónica, que tiene muy buen tipo y está muy en forma porque es una loca del
deporte, que sigue teniendo sus ojos verde-azulados, que es una excéntrica
redomada y un día le dio por decolorarse el pelo a medias, que es una habladora
de tomo y lomo, cada vez más lenguaraz, ocurrente y descarada, que tiene un
chorro de voz como el arranque de un avión a reacción, que es todo
temperamento, pasión y adrenalina... resulta que es ideal para el gusto
mexicano.
Por su parte, la estancia en México le sienta a Mónica a las mil
maravillas. De hecho, es allí donde se descubre a sí misma como la divinidad
azteca que a partir de ahora será: una anémona de mar sinuosa y urticante, una
Medusa, una Circe, una Mantis, una Isis, una Osiris... Lejos queda la jovencita
vulgaris que se presentó en chándal y sudadera a Chaumet, el joven diseñador
valenciano que se haría cargo de su imagen. Se ha convertido en una reina del
glamour y la boutade que enciende pasiones cada vez que sale en Televisa. Aquí,
los que la ven cada dos por tres en Galavisión se creen que es una cantante
mexicana.
Explicación de Mónica: “Es una incógnita, pero lo cierto es que allí, las
cantantes femeninas dominan el mercado. Puede que sea un país machista, pero
también se idolatra a la mujer”. Otra explicación más bonita: “México cambió mi
vida. Tenéis una fe tan grande en Dios que me habéis cambiado. En España la
gente es muy beata, va todos los días a misa y se confiesa, pero no por eso es
más creyente. Allá han confiado tanto en mí y en lo que puedo darles, que
llegar al medio millón de copias vendidas me sobrecogió. Es una cifra récord
para una primeriza y extranjera como yo”.
Le llaman de todas partes, se recorre el país, luego el continente. Luego
vuelve a recorrer el país. Sigue saliendo en la tele, sigue sonando en todas
partes, reúne hasta 5.000 ávidos espectadores en sus galas. Vende discos a
porrillo. En México los galardones sobre ventas tienen nombres muy bonitos:
disco de oro, platino, diamante y doble diamante. Ella los acapara todos.
Tantos discos vende que la discográfica española empieza a replantearse sus
asuntos con Mónica. Ella, con Cristóbal, a su lado, comienza a trabajar su
segundo disco. Todo un año le costará sacar adelante el delirante Palabra de
Mujer que le convertiría en profeta y fenómeno en su tierra.
El atroz y arrebatador Desátame se edita en España. Una aparición en un
infame programa televisivo, Sorpresa, sorpresa, graba en la memoria del
tele-españolito de pro la existencia de Mónica Naranjo; una portada, casual,
improvisada para sustituir otra que había fallado, en Shangay Express (revista
gay quincenal que se distribuye en Madrid y Barcelona) le otorga la
credibilidad que necesitaba; una remezcla de los Pumping Dolls la consagra en
las discotecas, mientras un machaqueo constante en Cadena Dial de su canción
acaba con los nervios de los pedantes, la estabilidad emocional de los
sensibles y el aburrimiento de los mitómanos. Lo ha conseguido, Mónica Naranjo
es una estrella. Ha llegado el momento del merecido desquite.
A estas alturas todos conocíamos ya a Mónica Naranjo y cada uno se había
hecho su composición de lugar: guapa, fea, lista, tonta, buena, mala... Hasta
la casa de discos ha tenido que arriar las velas. En 1998, el affaire Naranjo
es un lugar común de conversaciones, chascarrillos y chistes.
Personalmente, me alegré de que aquel nombre que me rondaba en la memoria
se hubiese salido, al fin, con la suya. Como nuevo icono kitsch me parece
genial, como cantante, bestial ¿Te has fijado cómo canta bluenotes cuando el
acorde lo pide? ¿Y los arabescos y trinos? De ven en cuando, alguien con un
sistema nervioso tan frágil como el mío, se sale de sus casillas cuando una
ráfaga de Mónica se cruza en su camino sin previo aviso (lo cual pasa cada dos
por tres, con el éxito que tiene). Pero, vaya, creo que ha dado un buen baño a
Luz Casal, Ana Torroja, Marta Sánchez, Encarna, Toñi y quien se tercie (lo cual
merece una condecoración).
Quien quiera satisfacer su ego intelectual puede oír a Bartok, Berg o
ABBA (no muerden). La música popular es para bailar, para llorar, para reír,
para cantar... O para dar que hablar... Y todo eso, y más, lo consigue a la
perfección nuestra estrella de hoy, Mónica Naranjo.
Ella, por su parte, evoluciona a l calor del éxito y la polémica,. Donde
antes explicaba, algo cursi: “Conocí la plenitud del amor a los 17 años”, ahora
te suelta: “La primera vez que hice el amor pensé: ‘¡Mecagüen diez, el tiempo
que he tardado yo en probar esto! ¡Soy subnormal! Y es que me hicieron un
trabajo muy bien hecho”. Donde, comedida, explicaba: “Yo me miro al espejo
todas las mañanas y lo primero que digo es: qué estupenda te ves, qué
maravillosa eres, aunque sea mentira. Son tácticas para empezar el día”, ahora
va y larga: “Cuando me levanto, lo primero que hago es mirarme al espejo y
decir ¡Qué buena estoy, me violaría!”.
Cada vez dice más palabrotas, cada vez lleva menos ropa, cada vez sus
poses son más provocativas, cada vez siente menos sonrojo para decir burradas y
dar rienda suelta a su resabiada filosofía vital: “Yo los castraría. Soy muy
radical en estas cosas porque creo que es una crueldad intolerable que una
mujer camine por la calle y sea asaltada. Yo los castraría” (a los violadores
quiere decir). “En el fondo yo creo que a las mujeres nos han maltratado tanto
por miedo, porque ese medio cromosoma más que tenemos nos hace superiores a los
hombres. Además, siempre hemos sido más sensibles, más tiernas, y, además,
podemos dar vida” (¡qué cosas sabe esta Naranjo!). “Yo no odio al sexo
masculino, pero me gusta más el femenino. Soy una eterna enamorada de la
mujer”, etcétera, etcétera, etcétera.
Los maricas la adoran y le ríen todas las gracias, los niñatos también.
Las pijitas la idolatran y cantan a berrido limpio sus canciones cuando pillan
su cogorza de fin de semana. Los salidos ni te digo. Las marujas la envidian y
los vejestorios piensan que es una real hembra. Es el éxito más absoluto.
Si Massiel era la tanqueta de Leganitos, Mónica es la tanqueta de Medio
Mundo. Profesional y ambiciosa, decide presentarse en directo en España.
Necesita diseñar un show que inspire pesadillas tanto a sus detractores como a
sus competidores.
Maromos, espejos, cortinas... Y una plataforma hidráulica que haga surgir
del suelo a la divina, como Venus saliendo de la espuma, que, por cierto, causó
mil quebraderos de cabeza a la empresa que fabricó el escenario. Entre otras
cosas, porque Mónica mide un metro sesenta y seis pero lleva tacones y
plataformas hasta el metro ochenta y uno y el escenario no era bastante alto
para ocultarla encima del mecanismo que la había de levantar “¿Problemas a mí?”
se dijo muy brava, “Me acuclillo y ya está”.
La gira estaba siendo un éxito con público variado, buenos números de
baile, toquecitos de erotismo, toquecitos sado-aso y Mónica en todo su
esplendor cuando sucedió lo inesperado: Agotamiento psíquico. Fue en Burgos.
“No me había pasado nunca: tengo un temperamento fuerte y para trabajar soy muy
disciplinada. Pero cuando no tienes ni cinco minutos para ir a cagar sola al
water, te empiezas a agobiar. Empiezas a ser una marioneta. Así que estallé”.
Se suspenden varios conciertos, se descansa y ya está. Lo que no se puede
detener son las habladurías: divorcio, drogas, histeria, depresión... Es muy
bonita la respuesta de Mónica al cotilleo que afirmaba que era un transexual:
“Que sí, que soy transexual, que, en realidad suspendí la gira para que me
operasen de fimosis”.
Total: el éxito internacional, la fama, la fortuna, el delirio... La
Naranjo y Cristóbal deciden tomarse con calma la grabación de lo que será su
tercer álbum. Habrá que esperar hasta el 2000. Los fans se muerden las uñas,
los contables y jefes de ventas de su compañía y de los grandes almacenes,
además se tiran del pelo: habría que aprovechar el tirón. Nada de eso, Mónica
sabe que una diva tiene que dosificarse.
Es caso es que, con ocasión de un viaje Lisboa-Madrid, el avión comenzó a
dar saltos y a amenazar con desplomarse con todo su pasaje. La Naranjo lo vio
claro: No somos nadie y decidió, sabiamente, que no te puedes permitir el lujo
de dejar para mañana lo que puedas hacer hoy y que en su tercer disco iba a
grabar las canciones que tanto le gustaban de Mina. Aunque por la calle he oído
decir: ... “Después canta con una tal Mina que no sé quién es”, no voy a
insultar a los lectores de Rolling Stone edición española explicándoles quién es
Mina. El caso es que la casa de discos vuelve a poner el grito en el cielo.
Dicho y hecho, selecciona las canciones que más le gustan, contrata al
productor de Cher y al de Los Héroes del Silencio y llama a Lugano, en la Suiza
italiana, donde vive ahora la Tigresa de Cremona y le propone grabar un dúo.
Massimiliano Pani, el hijo y productor de la diva podría ser el productor... Su
atrevimiento es recompensado y su propuesta aceptada. El día de la grabación
Naranjo aparece con un enorme ramo de rosas rojas.
Mina, que ya tiene 60 años pero sigue grabando un disco de lo más moderno
cada seis meses, se queda encantada. Massimiliano también, considera que tiene
una voz importante y que es más guapa que su madre. Mina se sorprende de que
una chica tan delgada pegue esos alaridos. En una palabra: ¡Un éxito!.
Para la portada se barajan nombres y presupuestos. Por fin, aparece un
retrato de Boris Vallejo, con Naranjo desnuda, por supuesto, que nos llena de
envidia a los amantes de la trash culture. El disco empieza su rutinario
proceso de promoción y distribución y todo parece ser miel sobre hojuelas,
pero... ¡Alto ahí!
En Sobreviviré, la canción más promocionada, hay una bonita frase sobre
“la puta realidad” y con ella ha vuelto a saltar la chispa. Los odios y
envidiejas provocados por el éxito de Mónica Naranjo y su abrumadora
personalidad se destapan tomando como excusa la maldita frasecita, lo cual
resulta bastante chocante en un país como el nuestro, donde los tacos y
obscenidades fueron reivindicados nada más y nada menos que por nuestro más
reciente Premio Nobel. Como siempre, las prohibiciones no hacen más que causar
risa y Naranjo, gritando más que nunca y siempre dando de qué hablar, vuelve a
ascender a la cima del éxito por el que tanto había luchado.